domingo, 4 de marzo de 2012

Marco Histórico

En esta investigación es necesario hacer una contextualización histórica del fenómeno del trabajo informal expresado en el tianguis donde particularmente en el caso de México es muy peculiar ya que sus raíces se encuentran  en la antigua Tenochtitlán, esta está representada con Tlatelolco, lugar  donde precisamente florece las raíces del propio tianguis. El Mercado de Tlatelolco donde destacaba por poseer una enorme organización de productos que eran comercializados por los habitantes; los productos eran variados: animales, pieles, cerámica, comida, armas Etc.  Se encontraba al suroeste del Templo Mayor y operaba al aire libre donde se reunían tanto los vendedores como los compradores y además como centro principal de socialización del pueblo con sus costumbres tradicionales características de esos tiempos.
La organización del comercio en el México prehispánico no sólo se limitaba a este centro, que fue el más grande en su época y que Cortés detalla en su correspondencia, sino que se localizaban otros varios como el Atzcualco, el Teopan, el Cuepopan y el Moyotla, en diversos puntos de Mesoamérica. Estos lugares son una síntesis de la cultura, la historia y las relaciones comerciales que mantienen las regiones desde la época prehispánica hasta hoy[1]. Con la conquista se siguieron manteniendo estos espacios, e incluso se les incluyeron productos del “nuevo mundo”.
El método de comercialización de estos productos era la del trueque directo (Intercambio de un producto por otro, del mismo valor o de mayor dependiendo que se quería o necesitara) hablamos de una economía rudimentaria basada en los intercambios.
Este gran Mercado contaba con una vasta extensión y con toda una organización al interior de este, contando con líderes que se encargaban de mantener el orden de los puestos y acomodarlos conforme a sus mercancías.
Con la conquista de México comenzó la división entre los mercados formales y los informales. El fenómeno recurrente consiste en acciones para hacer eficaz la política tributaria, creando mercados fijos en donde ciertos vendedores llevan sus mercancías, y así poder cobrar impuestos; sin embargo, una parte de los puestos deciden abrir otro más para ampliar el negocio tanto en el mercado como en el tianguis, y seguir evitando impuestos. La periodicidad ayudó a la permanencia de los tianguis. Estas fueron las primeras separaciones entre ambos.
La inestabilidad del país, las revoluciones y las intervenciones extranjeras que fueron frecuentes permitió sólo un aumento controlado tanto de mercados como de tianguis. Los años prósperos del milagro mexicano no tuvieron necesidad de un incremento en la economía informal en todos los sentidos, y si bien, creció el número de mercados formales, los tianguis aún no presentaban un fenómeno tan ampliado; fue hasta el periodo del presidente Luis Echeverría cuando surgió la primera gran crisis en el México contemporáneo que arrojó los primeros desempleados a las calles. La crisis comenzó por el disminuido crecimiento de la economía por el deterioro de los precios del petróleo entre 1970 y 1973; el gobierno invirtió en gasto público que aunque tenía buenas intenciones aumentó el déficit fiscal. Para 1976 esa forma de conducir la economía era “insostenible e irresponsable” y trajo como consecuencia una fuga de capitales[2]
Durante el desarrollo estabilizador, la existencia de la informalidad fue subestimada y tolerada como un fenómeno temporal y pasajero. Se pensaba que el desarrollo traería aparejada como un fenómeno temporal y pasajero. Fue ésta una de las razones que explican que ya desde antes, en la construcción del sistema de seguridad social se haya tomado como base exclusivamente al trabajo asalariado formal y, a través de éste, se extenderían la seguridad y la protección social a sectores cada vez más amplios de la población.
Cuando la dinámica de sector moderno pierde impulso a mediados de los setenta, paralelamente a un crecimiento elevado de la oferta laboral, se hace evidente la existencia de excedentes considerables de mano de obra que no logran colocarse en la formalidad y acaban por inventarse a un medio de vida en la precariedad, al margen de las condiciones y regulaciones que rigen la actividad formal. Entonces se desarrollo a finales de los años setenta y principios de los ochenta una política de empleo con la finalidad de aminorar los efectos de la suspensión de puestos de trabajo asociados a la crisis de 1982.
Ya para el sexenio de López Portillo, el déficit fiscal era del 7%, no tan elevado, sin embargo el país se mostraba optimista ante el descubrimiento de grandes yacimientos petroleros. Se recurrió a los préstamos extranjeros para industrializar el sector petrolero. El 73% de las exportaciones se habían petrolizado y para 1981 cayeron los precios del petróleo, desequilibrando la economía del país. A principios de 1982 los precios del petróleo seguían bajando y el capital abandonaba el país[3]. Fue el crack petrolero, en el que el capital que abandonó México se calculaba entre 17,300 y 23,400 millones de dólares, mientras los depósitos en dólares se incrementaron de 20% al 40%[4].
 La economía informal empieza a desbordar previsiones en cuanto a su evolución y se convierte en una de las principales fuentes de generación de ocupaciones en el país. Entonces se consolida como un fenómeno persistente que adopta formas muy diversas, vinculadas o sólo con los excedentes de mano de obra ante las insuficiencias en la generación de empleos, sino con nuevas categorías, productos de un globalización que se ha traducido en el deterioro creciente de las condiciones de una parte de la fuerza de trabajo asalariada que labora en el propio sector formal, pero desprovista de género de prestaciones laborales y seguridad social.
Después de la toma de posesión de Ernesto Zedillo, el país volvió a entrar en crisis. Esta vez fue México el epicentro de una crisis mundial. El PIB se redujo a un 6.2%, que trajo consigo el descenso de salarios y empleo que se empeoró con el aumento del IVA[5]. Los empleos perdidos para esas fechas se emplearon como migrantes a Estados Unidos, a las nuevas formas de trabajo precario que se abrieron por la apertura del Tratado de Libre Comercio con América del Norte, y en la economía informal.
Al momento del Tratado de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México, la expectativa era que la reducción de aranceles y obstáculos para el comercio entre los tres países traería como consecuencia mayores flujos de inversión a lo largo de los tres países, con lo cual se consolidaría un ambiente de crecimiento en los niveles de producción, lo que induciría un mayor nivel de empleo, con productividad positiva y por ende mejores remuneraciones. Esta serie de efectos darían como resultado el surgimiento de un círculo virtuoso, que conduciría a una expansión sostenida de las economías[6]

La apertura del TLCAN trajo como consecuencia la rotación de las empresas a México principalmente por Estados Unidos. Éstas eran de tecnología menos avanzada y para obtener plusvalor necesitaban mano de obra muy barata que lograron conseguir aquí. La migración fue otro factor por el cual México perdió mano de obra calificada, necesaria para la modernización del país. Nos encontramos en un estancamiento productivo, en el que la mano de obra que no es utilizada se pierde en la migración, así como en la economía informal del crimen organizado y del comercio informal.


[1] ATTOLINI, Amalia, Caminos y mercados de México, INAH-UNAM, México, D.F., Disponible la nota en línea: (http://www.inah.gob.mx/index.php/boletines/247-historia/4508-mercados-sintesis-de-cultura )
[2] GOLLAS, Manuel,  “BREVE RELATO DE CINCUENTA AÑOS DE POLÍTICA ECONÓMICA”, en: Ilán Bizberg y Lorenzo Meyer, Una historia contemporánea de México, Editorial Océano, México, 2003, pág. 238.
[3] Ibídem, pág. 240.
[4] Ibídem, pág. 241.
[5] Op. Cit. GOLLAS, Manuel, pág. 251.
[6] RUIZ Durán, Clemente, Integración de los mercados laborales en América del Norte, Porrúa-UNAM, pág. 7.

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